Conocí a José Manuel López Blay recién llegado a Segorbe, hace poco más de un año. Ambos eramos alumnos novatos de la escuela de teatro dirigida por la sin par Mafalda Bellido y, por tanto, nos sentíamos absolutamente desplazados de nuestro centro de gravedad. Tal vez fuera por esa razón por lo que se despertó una cierta curiosidad mutua. Algo hemos conversado estos meses, la mayor parte de las veces ante manjares y caldos de la tierra. Pero no es fácil intimar con el caballero en cuestión.
No me atrevo a insinuar siquiera que conozco mínimamente a JM, a Manolo, a José Manuel, a López Blay… Es complicado ubicarse frente a quien se presenta planteando dudas razonables sobre cómo quiere que le llamen.
Porque he de decir que José Manuel es interior, muy interior. En un año apenas he descubierto que es profesor de historia (son mi bendición los profesores inquietos), que fue concejal de su pueblo y que todos sus amigos irían al infierno para evitar que fuera solo. Y que escribe, y escribe bien (son mi bendición los profesores inquietos políticamente implicados que escriben bien, especialmente diccionarios).
El pasado sábado presentó su último libro, el «Nuevo diccionario de la resistencia (profusamente ilustrado)» en Altura, acompañado por un buen número de amigos pese a las inclemencias meteorológicas y en el que he participado con esta caricatura al óleo y su boceto previo.
Conseguiré conocerlo en profundidad aunque intuyo que van a ser necesarias largas conversaciones ante manjares y caldos de la tierra. Nos sacrificaremos.